La bruma espesa, eterna, para que olvide
dónde
me ha arrojado la mar en su ola de
salmuera.
La tierra a la que vine no tiene
primavera:
tiene su noche larga que cual madre me
esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de
sollozos
y de alarido, y quiebra, como un
cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte
infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí
ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los
muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar
callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos
queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el
puerto
vienen de tierras donde no están los que
no son míos;
sus hombres de ojos claros no conocen
mis ríos
y traen frutos pálidos, sin la luz de
mis huertos.
Y la interrogación que sube a mi
garganta
al mirarlos pasar, me desciende,
vencida:
hablan extrañas lenguas y no la
conmovida
lengua que en tierras de oro mi pobre
madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la
huesa;
miro crecer la niebla como el
agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los
instantes,
porque la noche larga ahora tan solo
empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su
duelo,
que viene para ver los paisajes
mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis
cristales:
¡siempre será su albura bajando de los
cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran
mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar
sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua
ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y
extasiada.
Gabriela Mistral (1904 – 1973)
Poeta chilena
https://fundacionneruda.org/
📷 fotografía de la autora
tomada de
Internet
(ante cualquier advertencia
será retirada de inmediato)